Lo del rey Juan Carlos no se podía saber

Sociedad
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No fue la inviolabilidad constitucional, sino la complicidad y el silencio de quienes hicieron la vista gorda durante cuatro décadas

Estoy impactado por las sucesivas revelaciones sobre el rey Juan Carlos, como imagino que estarán impactadas varias generaciones de españoles. ¡Comisiones, dinero negro, paraísos fiscales, testaferros! Quién lo iba a decir, quién podía sospechar que el rey ejemplar andaba metido en negocios turbios, quién diría que amasaba una fortuna ilegal amparado en su inviolabilidad. ¿Quién? Pues yo mismo.

 

Hace más de veinte años yo era un mindundi. Un cero a la izquierda en cuanto a información privilegiada: no escribía en ningún periódico, no tenía contactos políticos, en los cuerpos de seguridad solo conocía a mi excuñado policía local, y mis únicas fuentes periodísticas eran los colegas con los que había estudiado Periodismo y que tampoco habían llegado muy lejos. Pues bien, este mindundi ya conocía hace más de veinte años unos cuantos trapicheos del rey. No lo de Corinna y el AVE saudí, que eso es más reciente; pero sí las comisiones por la venta de petróleo que siempre se le han atribuido, las inversiones ruinosas con dinero de amigos, su relación con ciertos pájaros que acabaron invariablemente condenados por corrupción, o el enorme patrimonio que nada tenía que ver con la asignación presupuestaria de la Casa Real.

Yo era un mindundi que sabía todo eso y más (sus intrigas políticas en la Transición, su cuestionable papel en el 23F, sus amistades peligrosas, su afición al lujo o su ajetreada vida amorosa), y lo sabía en un tiempo en que no había redes sociales, ni blogs, ni Anonymous o Wikileaks, ni tantos medios independientes como tenemos hoy. ¿Cómo podía saber todo aquello? No crean que me encontré un documento clandestino en una papelera, ni tampoco me crucé con un espía herido que antes de morir me entregó un microfilm de los servicios secretos. No fue nada épico: me bastó leer alguna revista independiente (que las había, aunque a veces acababan perseguidas y cerradas), prensa extranjera, algún libro que circuló bajo cuerda (Un rey golpe a golpe), o ni eso: me lo pudo contar cualquier compañero de militancia juvenil, cualquier mindundi como yo.

Con los años fui siendo un poco menos mindundi, empecé a publicar libros y colaborar en medios, conocí a algunos políticos de segunda fila y periodistas que presumían de estar en la pomada, y me sorprendió la alegría con que unos y otros hablaban de los chanchullos del rey, como una gran broma compartida, un secreto que otorgaba categoría a su portador, un chiste picante contado a media voz pero nunca jamás en público ni por escrito.

CONTINUAR...