La famosa pechuga de pavo, un salvavidas para muchos padres, se trata de un alimento básico para la alimentación de los hijos. El problema es que su calidad y procedencia es cuestiobable. Demasiado.
Junto a la sección de derivados cárnicos, las posibilidades son inmensas: jamón de york, jamón de pavo, pechuga de pavo, pechuga de pollo, braseados… ¿Cómo saber si estamos comprando realmente el producto en cuestión y no una mezcla de sustancias adicionales para hacer más “bonito” el alimento? Fácil. En el envase y el etiquetado están todas las respuestas.
Aunque el envase incluya en tamaño grande la denominación “pechuga de pavo”, no hay que dejarse engañar. Puede ocurrir, y es frecuente, que encima de esto, con letra diferente y minúscula, aparezca escrito “fiambre de…”. La normativa así lo indica en el Real Decreto 474/2014, de 13 de junio, por el que se aprueba la norma de calidad de derivados cárnicos. Según esta regulación publicada en el BOE, “cuando a los productos elaborados con piezas cárnicas se adicionen féculas, la denominación irá precedida de la mención «fiambre de»”.