ALLÁ DONDE ESTÉ

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Por Pedro de Felipe del Rey

El día uno del próximo mes, es el día cuando la gente más se acuerda de los muertos. En ese día, muchas personas se preguntan: “¿Dónde estarán los muertos?”.

En general, muchas personas creen que cuando alguien muere, hay algo que sale de él y se va a otra parte.

En el mes de mayo de este mismo año, murió un famoso matemático en un accidente de circulación. Un locutor, desde su cátedra radiofónica, explicó como había sido el accidente; después, agregó: “Allá donde esté, estará resolviendo alguna ecuación imposible de esas que sólo él conocía.”

Hace unos años, murió un miembro de una asociación literaria. Los compañeros de esa asociación le hicieron un homenaje al que acudió su viuda. El presidente de la asociación, que había declarado ante todos, en varias ocasiones, su ateísmo, al glosar la vida del difunto, dijo: “Allá donde esté, ahora estará contento viéndonos aquí”.

He recorrido la creencia de todos los pueblos de la humanidad, y he hallado que en todas las épocas y en todas las civilizaciones, en general, la gente creía, como ahora, que en el hombre hay algo inmortal que, cuando la persona muere, sale de ella y se va a otra parte. En general, la gente cree que eso inmortal es “el alma”; y así se llegó a creer en “la inmortalidad del alma”; y esto es lo que muchas personas creen en la actualidad; pero, ¿cuál es la historia de la creencia en la inmortalidad del alma? En la historia de las religiones, refiriéndose al antiguo Egipto, encontramos que sólo el faraón era considerado “inmortal”, hasta que:
“[…] al final del Imperio Antiguo se produce la llamada revolución social, que sume a Egipto en el caos. Su causa principal fue el deseo de los egipcios de tener también derecho a la inmortalidad. La consiguieron a partir de la época tebana – Imperio Medio y Nuevo (h 1500 a. C.) -, lo que acaso fue la primera conquista social de la humanidad.” (Carlos Cid y Manuel Riu, Historia de las Religiones, Editorial Ramón Sopena, Barcelona, 1965, p. 209).

Ahora, muchos teólogos dicen que la doctrina de la “inmortalidad del alma” la inventaron los griegos, y enseguida nombran a Platón (428-347 a. C.), en su obra el Fedón. Pero Herodoto (484-429 a. C.), que también era griego, lo cuenta así:
“Vuelvo a los egipcios, quienes creen que Ceres y Dionisio son los árbitros y dueños del infierno; y ellos asimismo dijeron los primeros que era inmortal el alma de los hombres, […]. Y es singular que no falten ciertos griegos, cual más pronto cual más tarde, que adoptando esta invención se la haya apropiado, cual si fueran los autores de tal sistema, y aunque sé quienes son, quiero hacerles el honor de no nombrarlos.” (Herodoto, los nueve libros de la Historia. Libro II, CXXIII).

Por otro lado, la creencia en la inmortalidad del alma da lugar a que, al morir el hombre, si su alma sale de él y va a otro lugar, no puede ir al mismo lugar el alma de un “santo” y de un “asesino”; por tanto, de aquí se sigue que el alma de un santo tiene que ir a un sitio muy bueno (el paraíso); y la del asesino a un sitio muy malo (el infierno); pero si el difunto no ha sido un santo ni un asesino irá a un sitio diferente de esos dos (el purgatorio), cuyo fuego, según dicen, es como el del infierno; la diferencia está en que del purgatorio se sale; y del infierno, no. Incluso hablan de ciertos paliativos para abreviar la estancia en el purgatorio; por esto el rey Felipe II dejó pagadas 62.000 misas de difuntos, para salir pronto de ese lugar; pues, al parecer, pensaba que iba a ir allí. Por eso, la gente que no cree que existan esos tres lugares, no sabe a donde habrá ido el alma de su familiar o amigo, y dice: “Allá donde esté…”. Pero ¿qué dijo Jesús de Nazaret acerca de estas cosas? Su amigo Lázaro de Betania, que estaba enfermo, murió. Entonces le llevaron la noticia, y Jesús dijo, a sus discípulos:
“[…] Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle. Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme, sanará. Pero Jesús decía esto de la muerte de Lázaro; y ellos pensaban que hablaba del reposar del sueño. Entonces Jesús les dijo claramente: Lázaro ha muerto; […].” (Juan 11:11-14).

Es evidente que el estado de los muertos, según Jesús, es un estado de sueño; por esto, Cristo afirma que llegará un momento en el cual él resucitará a todos; así lo dice:
“[…] vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz (la de él mismo); y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación”. (Juan 5:28-29).

Por eso, nadie tiene que preocuparse por dónde estarán ahora sus seres queridos difuntos, pues todos están durmiendo según afirma Jesús de Nazaret, hasta el día de la resurrección; entonces cada uno responderá por lo que hizo mientras estuvo en esta vida. Lo triste es ver que personas que se consideran creyentes no sepan donde están los muertos, como fue el caso del poeta Rubén Darío, que escribió:
“Lo Fatal:
Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

¡ y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!...”