En la noche del 20 al 21 del mes de septiembre de este mismo año 2013, me hallaba durmiendo en mi casa. Soñé que estaba leyendo en un pupitre (o puesto de lectura) de la Sala de Lectura de Biblioteca Nacional de España, sita en el Paseo de Recoletos, 20-22, Madrid. Estaba consultando una obra del siglo II, eran las 11h de la mañana cuando me quedé dormido profundamente. Como es sabido, en los sueños, muchas cosas se transforman; así sucedió, pues me hallé sentado al lado de una pared, que era de cristal, de suerte que me encontraba como el que va sentado al lado de una ventanilla en un avión, que ve lo que pasa hacia abajo, hacia arriba, etc. Según estaba mirando, vi a lo lejos una bandada de grullas que volaba con dirección suroeste; iban formando una uve mayúscula. De pronto, una grulla se salió de su formación y vino hasta donde estaba yo; entonces, se apeó de ella un hombrecillo como de dos palmos de estatura, y me dijo:
“Soy el Genio de la Lámpara de Aladino; pídeme dos deseos, y te los concederé; uno te lo concedo ahora mismo, y el otro cuando quieras; sólo tendrás que llamarme y pedírmelo, y yo te lo concederé.”
Entonces, le dije:mi primer deseo es que cada mentira de las que están escritas en todos los libros de esta Biblioteca (incluidas las publicaciones periódicas y los libros que están en la Sede de Alcalá de Henares, total unos 22 millones de ejemplares), salga convertida en un ladrillo, empezando por el libro más antiguo, y se coloque debajo del suelo de esta Sala de Lectura (la cual es cuadrada, y mide unos 40 metros de lado), empezando desde el suelo del Sótano.
“Concedido”, dijo el Genio, y desapareció. En seguida, la Sala empezó a levantarse, y vi que llegaban ladrillos volando por todas partes y, girando en el sentido de las manecillas del reloj, se metían por debajo del suelo de la Sala, para colocarse en su lugar correspondiente; cada vez venían más ladrillos girando alrededor de la torre, que se iba formando, venían como una plaga de langostas. Observé que cada ladrillo tenía escrito: el título del libro del cual había salido, el nombre de su autor, la frase que contenía la mentira, y la página en la que había estado escondida, así como el año de su edición.
La torre crecía y ascendía a una velocidad impresionante. Atravesó la Troposfera, la Estratosfera, la Mesosfera, y se adentró en la Termosfera. En seguida pasó cerca de la Estación Espacial Internacional (situada a 400 km de la Tierra); vi con toda claridad a los astronautas que estaban en ella; nos saludamos con la mano. Rápidamente dirigieron una especie de telescopio hacia la torre; pero muy pronto se quedaron por allá abajo.
Cada vez que miraba yo hacia el interior de la Sala de Lectura, veía allí a la veintena de personas que leían sin percatarse de lo que estaba pasando.
Mirando fuera de la pared de cristal, veía la gran cantidad de ladrillos girando alrededor de la torre y colocándose bajo el suelo de la Sala, así la torre no cesaba de crecer a gran velocidad; entre tanto, yo pensaba: ¿cómo es posible que, a través de los siglos tantos escritores hayan escrito tal multitud de millones de mentiras? Pues me fijaba en las fechas que tenían los ladrillos más próximos a la pared de cristal, y veía que aún faltaban centenares de siglos para llegar a la actualidad. Mientras yo pensaba esto, la torre crecía a gran velocidad hacia el espacio infinito. Al
ver este espectáculo, empecé a reflexionar si esta torre podría llegar a ser tan alta como “la escalera de Jacob”. El tiempo iba pasando mientras yo me admiraba de la gran cantidad de ladrillos que venían y de la rapidez con la que se colocaban en su lugar correspondiente, haciendo que la torre creciera cada vez más y más; también pensaba yo: ahora vendrán muchos turistas a la Biblioteca Nacional para admirar esta torre, la más alta de todas las que existen en el mundo, y otros países querrán construir otra “torrede las mentiras” semejante a ésta, lo cual no será difícil; porque en muchos países también hay una Biblioteca Nacional, que conserva millones de libros llenos de multitud de mentiras.
Llegó un momento que me empezó a entrar sueño; entonces pensé: no quiero dormirme tan lejos; mejor será que llame al Genio y le diga que deseo irme a mi casa; así que le dije: “Genio de Aladino, deseo irme a mi casa.” Entonces me desperté de los dos sueños de una vez. Ya era de día. El sol entraba en mi dormitorio. Yo me restregaba los ojos y me preguntaba:
¿qué me ha pasado? ¿dónde estoy?
Pedro de Felipe del Rey