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Vie, Sep
Martes, 05 Mayo 2020 20:36

HISTORIA DE LAS MIMÁGENES RELIGIOSAS, 3

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La continuación del artículo anterior dice: “…conocido en la Historia como Claudio de Turín (m 839). Predicador excelente, fue durante varios años capellán en la corte del sucesor de Carlo-Magno, Luis el Piadoso, quien en 822 lo nombró obispo de la diócesis de Turín. […].

El mismo nos describe sus impresiones al llegar a su diócesis: ‘Fui constreñido a tomar la carga del oficio pastoral. Enviado por el piadoso Príncipe, hijo de la santa Iglesia de Dios, Luis, vine a Italia, a la ciudad de Turín. Encontré todas las iglesias (contrariamente al orden de la verdad) llenas de la inmundicia de cosas abominables y de imágenes… Empecé a destruir lo que los hombres adoraban… Abrieron todos sus bocas para injuriarme, y si el Señor no me hubiera ayudado, tal vez me hubieran tragado vivo’.” (Javier Gonzaga: Concilios, tomo I, p. 247). La Historia dice, de Claudio de Turín: “Teólogo y prelado del siglo IX, […]; enseñó en la escuela de Ludovico Pío.

En 820 (sic) Luis el Piadoso le confirió el obispado de Turín, con el encargo de extirpar la superstición, la adoración de imágenes y reliquias; […].” (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, tomo 13, p. 707). Mientras sucedía todo eso en Occidente, en Oriente proseguía la lucha entre iconoclastas e iconolatras; veamos estos acontecimientos: “De nuevo, surge la querella iconoclasta con León V el Armenio (813-820).

El concilio de Santa Sofía, en 815, condenó la idolatría. Se anulan los cánones de Nicea y se reanuda la prohibición de venerar iconos. Los emperadores que fueron ocupando sucesivamente el trono de Bizancio siguieron en la misma trayectoria iconoclasta […]. Fue también una mujer la que llevó a su culminación la obra de Irene e impuso definitivamente el culto de los iconos. Teodora, esposa de Teófilo, se hizo cargo del poder a la muerte de éste (842) como regente de su hijo Manuel III (842-867), menor de edad. Partidaria de las imágenes, ordenó su restauración y el 2 de febrero del año 843 fueron reinstaladas oficialmente en los templos.

Dicha fecha quedó señalada en el calendario de la Iglesia griega como ‘Fiesta de la ortodoxia’.” (Javier Gonzaga: Concilios, tomo I, p. 248). No obstante, la lucha por las imágenes todavía continuó hasta que el sucesor de Miguel III, Basilio de Macedonia (867-886), para acabar con esas disputas, concertó con el papa Adriano II (867-872), la celebración de un concilio general:

“Se convocó el concilio para el 5 de octubre de 868 en la Iglesia de Santa Sofía y se prolongó hasta el 28 de febrero del año siguiente. […]. El canon tercero ratificó la legitimidad del culto de las imágenes, […]:

‘Si alguno, pues, no adora la imagen de Cristo Salvador, no verá su forma en su segundo advenimiento. Asimismo honramos y adoramos también la imagen de la Inmaculada Madre suya, y las imágenes de los santos… Los que así no sientan, sean anatema’.” (Íd., p. 263).

Es evidente que, al amparo del II Concilio de Nicea, celebrado el año 787, y el Concilio celebrado en la Iglesia de Santa Sofía en el año 868, las iglesias católicas y ortodoxas están llenas de imágenes, a las que se puede honrar y adorar según esos concilios; aunque, como hemos visto, para la Biblia y para los primeros cristianos (como el obispo Epifanio de Salami) eso es idolatría. Ahora bien, ¿cómo terminará la historia de las imágenes y de los idólatras? El libro del Apocalipsis, que va dirigido al mundo cristiano, como está indicado en su capítulo 1:11, refiriéndose a los momentos finales de este mundo, poco antes de la Parusía, presenta a siete ángeles, que sucesivamente cada uno toca una trompeta; a cada toque de una de esas trompetas, una plaga cae sobre la Tierra; cuando el sexto ángel tocó su trompeta, acontecieron varias catástrofes sobre la Tierra; Juan continúa el relato así: “Y los otros hombres que no fueron muertos con estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro, de plata, de bronce, de piedra y de madera, las cuales no pueden ver, ni oír, ni andar; […].”

(Apocalipsis 9:20). La palabra “imágenes”, empleada en esa traducción, es “eidolon” en el texto griego del Apocalipsis, y significa: “1 simulacro, espectro, fantasma. 2 imagen, figura. 3 ídolo…” (Miguel Balagué: Diccionario Griego-Español). Por tanto, es evidente que este texto del Apocalipsis se refiere a toda clase de imágenes veneradas y adoradas en todas las clases de cultos religiosos a través del tiempo hasta el fin de este mundo, cuando tendrá lugar la segunda venida de Cristo. En efecto, después de esos acontecimientos que acaecerán cuando el sexto ángel toque su trompeta, y que el apóstol Juan vio anticipadamente, el relato, refiriéndose a la séptima y última trompeta, dice: “El séptimo ángel tocó la trompeta y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.” (Apocalipsis 11:15). Más adelante, Juan dice que vio lo siguiente: “Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. […]. El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero… los idólatras… tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.” (Apocalipsis 21:5-8). Exactamente ahí acabará la historia de las imágenes religiosas y de la idolatría.

Ahora bien, los iconolatras actuales, por una parte, para dar culto a sus imágenes, se atienen a lo dicho por los Concilios y no a lo que dice la Biblia. He aquí la prueba: “Fundándose en el misterio del Verbo encarnado, el séptimo Concilio Ecuménico (celebrado en Nicea el año 787), justificó contra los iconoclastas el culto de las sagradas imágenes: las de Cristo, pero también las de la Madre de Dios, de los ángeles y de todos los santos. El Hijo de Dios, al encarnarse, inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes.” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1992, p. 473). Por otra parte, refiriéndose al Decálogo, dice: “La obligación del Decálogo. Los diez mandamientos, por expresar deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos.

Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.” (Íd., p. 461). He aquí la inconsecuencia: si los diez mandamientos “Son básicamente inmutables”, ¿por qué han escamoteado el segundo de esos diez mandamientos en su Catecismo, como se ve en la tabla del Artículo 1? Por tanto, por un lado, hay que tener en cuenta que ese segundo mandamiento escamoteado fue escrito en el Decálogo por el mismo Dios: “Cuando hubo acabado Yavé de hablar a Moisés en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios. […]. Volvió Moisés y bajó de la montaña, llevando en sus manos las dos tablas del testimonio, que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas.” (Éxodo 31:18; 32:15-16). Por tanto, es evidente que los partidarios de las imágenes religiosas no se atienen a lo que escribió el mismo Dios, sino a lo que escribieron los concilios mencionados más arriba. Además la afirmación de que Jesús: “…inauguró una nueva ‘economía’ de las imágenes” es una monumental patraña que no está escrita en ninguna parte de todo el Nuevo Testamento.

Por otra parte, Alonso Tostado (1400-1455), que fue obispo de Ávila, escribió (en castellano) esto sobre las imágenes: “’[…] guardese todo onbre de onrar las ymagines, creyendo que en ellas está alguna virtud, ca non puede ser mayor pecado. Et por esto pecan mucho algunos, quando en alguna iglesia ay ymagines algunas más antiguas que otras, que fueron falladas desde el fundamento de la iglesia, e dicen que fueron falladas por milagro e que ellas son a sacar cativos, e estas ponen en lugar más alto, e onralas más , é a ellas facen oracion e se encomiendan. Et d’ aquí se sigue grandes errores et escandalos, et el pueblo menudo tornase erege e ydolatra: ca puesto que algunas ymagines, por revencia de Dios fuessen falladas en peñas o en honduras de tierra, o en coracon de árboles, en lo cual ay muchas mentiras e muy pocas verdades; más fue lo mas dello introducido para sacar el dinero de las bolsas agenas.” (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, tomo 62, p. 1583).

Ahora bien, sin tener nada de esto ni de lo que dice la Biblia sobre las imágenes en cuenta, la Iglesia católica aumenta constantemente el número de imágenes a las que da culto: Así lo dice: “Sólo es lícito venerar con culto público a aquellos siervos de Dios que hayan sido incluidos por la autoridad de la Iglesia en el catálogo de los Santos o de los Beatos.” (Código de Derecho Canónico, BAC, 1999, p. 623). Pero esto que dice este Código, de “venerar con culto público…(a) los Santos y Beatos”, es una manipulación de la Biblia y una idolatría en lo que se refiere al segundo mandamiento del Decálogo bíblico, que está en Éxodo 20:4-6, el cual ha sido suprimido en el Catecismo de la Iglesia Católica por ser incompatible con el culto de las imágenes.

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Este artículo fue publicado el 05-06-2007 en el Boletín Tricantino, Tres Cantos (Madrid).

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