EL FRAUDE SOCIAL DE LA URBANIZACIÓN CERRADA

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El diseño de las estrategias sociales arrastra demasiados prejuicios ideológicos y electoralistas que buscan más la contaminación de la opinión popular que el desarrollo equilibrado y la aplicación de herramientas administrativas políticamente neutras. Y es que, ante la necesidad urgente y lo que queremos que sea nuestro pueblo dentro de 4, 8 o 12 años, no existen recetas mágicas como las pregonadas en las propagandas electorales.

En la construcción del futuro deseado, al igual que en un edificio, son necesarias cimentaciones, pilares, vigas, y… los humildes ladrillos y tejas. Por eso no solo deben articularse medidas faraónicas basadas en grandes avenidas, desarrollos urbanísticos y PAUs (Programas de Actuación Urbanística), sino que estas deben revestirse de multitud de otras, a menudo no tan evidentes, que son las que garantizan el cerramiento, la intimidad y el bienestar que convierten los edificios en hogares, las avenidas en lugares de encuentro, y los PAUs en pueblo de todos y para todos.

El modelo de urbanización cerrada que se utiliza como estándar en la configuración de los PAUs lleva siendo desaconsejada por los urbanistas desde hace más de 25 años, cuando los primeros resultados observados en Madrid demostraron que el concepto de urbanización cerrada causa efectos poco deseables en las interrelaciones sociales, sin locales comerciales, sin acceso de no residentes; aisla a sus moradores en su urbanización con piscina; desvinculándolos de la realidad de la localidad en el que viven; les hace dependientes en extremo del transporte privado y requieren una concentración de servicios públicos difícil de conseguir, como ya conocemos en el Barrio de la Estación, donde veinte años después la única dependencia educativa pública aún está sin finalizar y no existe centro de salud propio, ni la zona de equipamientos comerciales planificado inicialmente. Por otro lado, al extenderse por áreas más extensas, los costes asociados a los suministros de energía, electricidad y gas, agua, viario y transporte público se disparan debiendo repercutirse sobre todos los vecinos del municipio.

Excepto para las constructoras y las empresas inmobiliarias, este modelo de poblamiento no presenta beneficios evidentes más allá de la sensación de “seguridad” de los recintos cerrados. Sin embargo, resta recursos públicos a las áreas consolidadas conocidas habitualmente como “casco viejo” o “centro”, dispersa la capacidad del servicio público entre zonas extensas poco pobladas y el núcleo urbano con mayor densidad, pero con mayor necesidad de inversiones en mantenimiento y restauración de viviendas e infraestructuras municipales.

Quizás los impactos más graves son los más difíciles de cuantificar en términos monetarios. Estas urbanizaciones se construyen en áreas rústicas, sin edificaciones previas, suponen la destrucción de cubierta vegetal imprescindible para mitigar cambio climático y mantener la diversidad natural del entorno no urbanizado. Además, los trabajos de calzadas y viarios, de conducciones subterráneas y de cimentación alteran los recorridos de escorrentías y arroyos, y modifican la permeabilidad de los suelos afectando a los acuíferos superficiales. No acaba ahí el impacto ambiental: Las garantías de suministro energético, agua, alcantarillado, y comunicaciones obligan a establecer capacidades mínimas de producción, estén habitadas o no esas nuevas construcciones, de forma que las centrales de producción eléctrica, bombeo de gas o de agua deben estar operativas en rangos de baja eficiencia y rendimiento, incrementando los derroches energéticos y las emisiones contaminantes.

El modelo actual de desarrollo urbanístico que se busca para Colmenar Viejo está basado en la creación de islas cerradas de viviendas destinadas a convertirse en áreas dormitorio, con muy escasas relaciones con el pueblo y nulo conocimiento de las dificultades y necesidades comunes

del municipio, creando una población “zombi”, desconectada de la realidad social de su entorno y que solo expresará su voluntad política en forma de abstención o movido exclusivamente por la información mediática de televisión y prensa.